LA DENOSTADA CLASE POLÍTICA ESPAÑOLA


                   
              ¿Qué ocurre con nuestra clase política para que reiteradamente sea juzgada con especial severidad por la ciudadanía? Como se sabe, desde hace muchos meses, el Barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) la viene señalando, cada vez con más claridad, como el tercer gran problema para los españoles.
            En teoría, un político habría de ser un individuo con un elevado sentido del compromiso social y de altruismo, tanto o más que un médico, un maestro o un sacerdote, profesiones exigentes como pocas. Y, sin embargo, en tanto que para estas tres últimas tareas se exige una formación estricta, en consonancia con el delicado papel que se ha de ejercer, en la política, lo único que se le exige al ciudadano es formar parte de un partido, tener un carnet –aunque no siempre–, y, por supuesto, someterse al dictamen del jefe, o sea no salirle respondón o excesivamente crítico.
            Este procedimiento, qué duda cabe, propicia la mezcla de churras con merinas, es decir, la de individuos realmente comprometidos, vocacionales y deseosos de realizar una labor encomiable –los menos–, con otros muchos individuos de derrubio que, disfrazados de hermanitas de la caridad, recalan en las sedes de los grandes partidos –donde hay tela que repartir–, ávidos de prebendas, sinecuras y soluciones al porvenir suyo y de sus allegados, con el mínimo de esfuerzo y el máximo de pretensiones. Estos advenedizos son los que vienen envenenando la política, los que la han desprestigiado y los que la han sumido en el marasmo, ya que estamos ante desvergonzados que se aferran al poder con uñas y dientes, y están dispuestos a todo, incluidas las mayores humillaciones, con tal de seguir en el machito. Y, con ese fin, se organizan, intrigan, constituyen mafias dentro de los partidos y acaban expulsando a todas aquellas personas íntegras que llegaron con el deseo de servir, no de servirse, y que, al final, convencidos de que no vale la pena seguir, les dejan el terreno expedito a estos corruptores de la democracia.
            A todo este proceso degenerativo contribuye el hecho, tantas veces señalado, de las listas cerradas, donde los cabecillas de turno un día se reúnen y, tras arduas negociaciones en las que ante todo y sobre todo priman sus intereses particulares, van situando sus dóciles peones en función de su grado de fiabilidad, que no de su valía, con un desprecio absoluto del interés general democrático. En esta merienda de negros ha degenerado, tras 35 años, la así denominada democracia en España. Así llegó a la cúspide un personaje como José Luis Rodríguez Zapatero, intrigando en León y en Madrid, y sin saber jamás lo que era ganarse el pan con el sudor de su frente. Y así han vivido y aún viven muchos, aferrados a sus prebendas y únicamente preocupados de servir, no al bien general, sino a aquél de quien depende su destino político. Así se han perpetuado individuos que están en la mente de todos, y así, mucho me temo, tendremos que seguir soportando a lo que, de clase política, ha tiempo que derivaron en casta de intocables, y que, lógicamente, ni quieren oír hablar de listas abiertas, de limitaciones de mandatos, ni de auténtica democracia interna; lo suyo es la intriga palaciega, el acomodo y, sobre todo, el vivir por encima de sus posibilidades.
            Ahí radica esencialmente la decepción, la profundísima decepción, del pueblo, que ve cómo en tanto que desde hace cuatro años se le asfixia sin compasión, sus representantes, elegidos en las urnas, viven de espaldas a la realidad y pendientes sobre todo de que a ellos no les alcance el tsunami. Veremos.
                                  Juan Bravo Castillo. Domingo, 21 de octubre de 2012 

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