LAS MEMORIAS DE RAMÓN BELLO BAÑÓN



            Acaba de aparecer en Barcarola un adelanto muy significativo de lo que serán las Memorias de Ramón Bello Bañón, titulado “Los caminos literarios (1950-1960)” que da una idea de por dónde irá tan esperado libro.
            La memoria de un pueblo es algo que no se puede obviar y a nadie medianamente informado se le oculta que el viejo Albacete, dejando a un lado determinadas obras de Antonio Martínez Sarrión, Alberto Mateos, José S. Serna, Mariano Sola, Andrés Ochando, Francisco del Campo o Paco Fuster, corre el riesgo de quedar subsumido a medida que el tiempo avanza con velocidad de vértigo.
            Así se lo había expresado a menudo a Bello Bañón. Por su edad, por sus vivencias, por haber sido testigo privilegiado y actor importante de una época crucial de Albacete, tenía la obligación moral de escribir ese libro, máxime en un momento en que la mayor parte de los miembros de su generación, la generación Cal y Canto, había fallecido, empezando por José S. Serna y pasando por Antonio Gómez Picazo, Juan José García Carbonell, José María Blanc, y un largo etcétera.
            Siempre pensé que aquel Albacete recoleto de los años sesenta, aun sin Universidad, era bastante más apasionante desde el punto de vista intelectual, artístico y humano, que el que vivimos en la actualidad. Y es que, aunque la ciudad no sobrepasaba los sesenta mil habitantes, había un núcleo –que muy bien podríamos calificar de happy few– inquieto, bullicioso, amante de las grandes ideas filosóficas y literarias, que, acostumbrado a reunirse –como cuenta Ramón– en las tertulias del Gran Hotel, primero, y de la cafetería Milán después, congregaba no sólo a escritores y artistas de la talla de José S. Serna, Matías Gotor, Francisco del Campo, el propio Ramón, Antonio Beneyto, Godofredo Jiménez, Juan Amo, sino también profesores, como Francisco Pérez, Demetrio Nadal, Domingo Henares, Jerónimo Toledano –yerno de Valle-Inclán–, sin olvidarnos de lo más granado de la jurisprudencia y la intelectualidad locales.
            La cultura, por aquel entonces, era algo que no sólo se compartía, sino que también aglutinaba, y de qué forma, acaso porque la política permanecía en las catacumbas. De cualquier modo, en aquellas tertulias flotaban, como dice Ramón, nombres como Hans Castorp, Lucien de Rubempré, Swann; nombres ficticios, pero que, como sus respectivos creadores, Thomas Mann, Balzac, Proust, tenían puesto simbólico, como Larra en la tertulia de Pombo, y todos debatían sobre ellos como si se hubiera tratado de personas de carne y hueso.
            Por todo ello y por muchísimas cosas más, Albacete necesitaba su Saint-Simon, un memorialista con las dotes de Ramón Bello, que refiriera las mil y una anécdotas y singularidades, desde los detalles de la expansión urbanística que llevaron al Albacete actual, al devenir de muchas de las familias y personalidades que tanto dieron por la ciudad, pasando por las mil y una anécdotas que constituyen su sal y pimienta.
            Sé del enorme esfuerzo realizado por Ramón Bello para sacar adelante esta obra, y, en lo que conozco de ella, por las conversaciones mantenidas y por los fragmentos que remitió a Barcarola para que escogiéramos, me atrevo a augurar que estamos ante un libro que proporcionará gratas horas de lectura a cuantos sienten inquietud por el pasado de nuestra ciudad, por su intrahistoria de la que hablaba Unamuno, más importante aún que la propia Historia. Aguardamos, pues, con verdadera impaciencia la aparición de este libro que, esperemos, sirva para despertar el interés de las nuevas generaciones por quienes hicieron de Albacete lo que actualmente es.

                                          Juan Bravo Castillo. Domingo, 4 de marzo de 2012          
 

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