LA DEUDA ESPAÑOLA
Nuestros políticos, como Emma Bovary, se permitieron
todos los antojos imaginables, secundados por los banqueros.
Uno, en su pequeñez, siempre
participó del dogma de que endeudarse, para los pobres y las clases medias, era
el único recurso de adquirir algún bien de consumo, y como tal pasé por el aro,
adquiriendo, como tantos y tantos, piso y coche a precio de préstamo, o sea,
casi dos tercios más de su valor.
Y, como es natural, uno, también en
su ignorancia, disculpable por supuesto, también veía bien que papá Estado, si
quería fomentar el progreso, también tenía que hacerlo en vista de que hace
mucho tiempo que dejamos de ser un país rico.
Había, bien es cierto, indicios, de
un tiempo acá, de que el caballo andaba desembocado, de que estábamos echando
la casa por la ventana, con un país levantado de norte a sur y perennemente en
obras, con políticos que tiraban de chequera a todo tren, con un despilfarro
descarado que a menudo nos dejaba perplejos. Pero, pensábamos: tal debe de ser
el signo de los tiempos.
Hoy, la verdad se ha impuesto, una
verdad amarga como el acíbar, y es que no sólo las arcas están vacías, sino que
unos cuantos irresponsables, acostumbrados a gastar y dejarse la deuda, han
dejado el país arruinado no sólo para esta generación, sino incluso para la
siguiente.
¿Quiénes son los responsables de
tamaño desafuero? Algunos, desde luego, los conocemos –por ejemplo los que
estaban al mando de la CCM–. ¿Por qué no aplicarles un escarmiento justo? ¿Por
qué ninguno ha pisado la cárcel? ¿O es que las instituciones penitenciarias tan
sólo están destinadas a los delincuentes de poca monta?
¿Qué ha ocurrido en España? Porque,
que yo sepa, por estos lares los conductores de autobús no ganaban sesenta mil
euros anuales como en Grecia. En España, como ustedes saben, más del sesenta
por ciento de los asalariados no superaban los mil euros. ¿Quién se ha llevado,
pues, el dinero, el nuestro, el de nuestra generación, el de nuestros hijos?
¿Quién lo ha despilfarrado?
Aquí, desde que Solchaga y Felipe
González entonaron el himno a la alegría, se impuso la política del dispendio,
del dinero fácil, del endeudamiento hasta las cejas. Cada alcalde, cada
concejal, cada presidente y vicepresidente de diputación tiraron de bolsa a
diestro y siniestro, y cuando parecía que se agotaba el filón, ahí estaba la
correspondiente Caja.
Nuestros políticos, como Emma
Bovary, se permitieron todos los antojos imaginables, secundados por los
banqueros –que hoy llaman “mercados”–, que, como Lheureux, en la obra de
Flaubert, se mostraban complacientes con sus debilidades. Hasta que un día pasó
lo que tenía que pasar; que Lheureux exigió el pago con intereses. La pobre
Emma, entonces, intentando ocultar a su marido sus perfidias, trata de pagar,
pero todos le dan la espalda. Lo de siempre. Ella al menos, en la novela,
arrostra su culpa y la paga con su vida; lo contrario de lo que estamos viendo,
que los responsable de este tremendo desaguisado ni dan la cara, ni dicen esta
boca es mía, callando miserablemente como si se los hubiera tragado la tierra.
¡Vergoña!
Hoy, con la consagración de Rajoy,
España da una vez más la vuelta a la tortilla en espera de que los que vengan
le resuelvan los problemas. Ya veremos lo que ocurre cuando el cirujano de
hierro saque su escalpelo y empiece a cortar de un lado y de otro, puesto que
el enfermo delira. Yo al menos me conformaría con que, por una vez, aprendiéramos
la lección: que un pueblo y una nación tan sólo pueden salir adelante con
esfuerzo, sacrificio, honradez y solidaridad. El resto es lo que hemos vivido
estos años.
Juan Bravo
Castillo. Domingo, 20 de noviembre de 2011
Comentarios
Publicar un comentario